Edson Arantes do Nascimento (Três Corações 1940 – Sao Paulo 2022) fallece en el Hospital Albert Einstein donde se encontraba ingresado desde el pasado 29 de noviembre tras fracasar el tratamiento al que estaba siendo sometido por un cáncer de colon
Edson Arantes do Nascimento, Pelé, nos ha dejado este jueves a los 82 años, como confirmó su agente Joe Fraga. Desde el pasado 29 de noviembre se encontraba ingresado en el Hospital Albert Einstein de Sao Paulo, tras fracasar el tratamiento al que estaba siendo sometido por un cáncer de colon. Pero, en la capacidad del fútbol para perpetuarse en la memoria, sigue entre nosotros y conserva los años que tenía cuando era O Rei con el 10 a la espalda, el número de la ciencia y la cábala en el fútbol.
Resumir en unas líneas la figura de Pelé, nacido el 21 de octubre de 1940 en Tres Coraçoes (estado de Minas Gerais), es como intentar meter la Amazonía en una maceta. Reconocido, junto a Di Stéfano, Cruyff, Maradona y Messi, como uno de los cinco mejores futbolistas de la historia, superó a todos en impactante precocidad cuando, con 17 años, se proclamó, en 1958, en Suecia, campeón del mundo.
Brasil aún lloraba el Maracanazo de 1950, y el consuelo llegó en gran medida de la mano de un polluelo de plumón primerizo en un nido de águilas reales: Djalma y Nilton Santos, Garrincha, Didí, Vavá, Zagalo… Era el benjamín de un grupo de ilustres conjurados para conducir a Brasil hacia su primer título mundial. El grumete era también la arriesgada apuesta del seleccionador, Vicente Feola, que lo había llevado un año antes a la verdeamarelha y preferido a nombres consagrados.
Aquel pipiolo del Santos paulista, en el que había debutado a los 15 años y al que había llegado desde un mínimo club de su estado natal entrenado por su padre, Joao Ramos, Dondinho, ex modesto jugador del Fluminense y el Atlético Mineiro, no era titular. Y no intervino en los dos primeros encuentros: una sencilla victoria (3-0) ante una débil Austria y un insípido empate a cero frente a Inglaterra. El juego no daba para alimentar las mejores esperanzas. El plantel, entonces, se reunió con Feola y le instó a alinear al adolescente, reconociéndole un magisterio sin edad y una influencia sin reservas.
Pelé no anotó en el 2-0 a la URSS. Pero sí, ya en cuartos, el 1-0 a Gales. En las semifinales, le hizo tres goles a Francia (5-2). Y, en la final, con el mismo resultado, dos a Suecia. A partir de entonces, ese apelativo, Pelé, que desagradaba de niño a su portador (en casa lo llamaban Dico), se convertiría en la encarnación de la excelencia en todas las facetas, físicas y técnicas, del juego. Nacía el mito personal y el nacional del Brasil del «jogo bonito».
Pelé, en la suprema expresión de su individualidad única, ganaría otros dos Mundiales, el de Chile62 (sólo participaría en un partido, ante Checoslovaquia, en el que marcó y se lesionó) y el de México70. En 1966, en Inglaterra, víctima de la dureza consentida de Bulgaria y Hungría, no pudo impedir la eliminación del conjunto. Pero en México alcanzó junto a sus compañeros tal conjunción de virtuosismo y eficacia, que bien pudiera reconocerse en ella la perfección, resumida en una delantera para la eternidad: Gerson, Jairzinho, Tostao, Pelé y Rivelino.
Pelé reunía en su persona los ingredientes literarios precisos para convertirse en un ídolo de masas: extracción humilde, provinciana y ejemplo desde el duro y seco suelo de que los sueños pueden hacerse realidad. Sobre todo, en Brasil, gracias al fútbol, un repetido mecanismo de ascenso social.
Pelé era inteligente. Agradecido al fútbol, que mira a muchos y bendice a pocos, supo utilizarlo, a veces en actividades demasiado superficiales y mundanas, para subir muy alto también en la vida. Sin ser un rebelde, tuvo roces con el poder futbolístico (Joao Havelange) y político en la defensa de las clases desfavorecidas, olvidadas por las dirigentes. En su trayecto existencial, pasó de trabajar de niño en una fábrica de zapatos, aunque jugaba en la escuela descalzo, con el pie pelado (Pelé), a sentarse en el sillón de ministro del Deporte entre 1994 y 1998. Aprendió idiomas, que modulaba con su bella voz de bajo y, apoyado en su prestigio deportivo, recorrió el mundo como embajador de la ONU y la UNESCO en labores relativas a la ecología, la educación y la cultura. E hizo pinitos como actor y cantante. Su recorrido sentimental, en el que no faltaron ni la famosa cantante Xuxa ni un par de Miss Brasil, fue agitado. Se casó tres veces y tuvo siete hijos reconocidos.
En un mundo no tan globalizado como el actual, su gran escaparate fuera de América fueron los Mundiales. A través de ellos se le conoció en Europa, que reservaba para los europeos el Balón de Oro. France Football le otorgó uno honorífico en 2013 y reconoció que habría obtenido siete entre 1958 y 1970.
Y es que Pelé sólo salió del Santos para, ya en su ocaso, y tras 18 meses retirado, en un empeño personal de Henry Kissinger, fichar en 1975 por el Cosmos neoyorquino como reclamo promocional del soccer en EE.UU. Después de contribuir a hacerlo campeón, se retiró en 1977. Realmente, fue un one club man. Muchos clubes europeos, entre ellos el Real Madrid y el Barcelona, trataron de ficharlo. Pero en Brasil era considerado, en palabras del presidente Jânio Quadros, un «tesoro nacional». Ningún gobierno hubiera consentido traspasarlo. Antes habrían vendido El Corcovado.
La grandeza deportiva de Pelé no se explica sólo por las cifras. Pero éstas ayudan a interpretarla. En tiempos tecnológicamente imprecisos, difieren algo. La FIFA le otorga 1.282 goles. La RSSSF (Rec. Sport. Soccer Statistics Foundation), 1.301 (775 en partidos oficiales). Con Brasil también hay variaciones. Pero se admiten 92 encuentros (a veces se le dan 106) y 77 tantos. Sumó tres títulos mundiales y una Copa América. Con el Santos ganó 10 veces el Campeonato Paulista y seis el nacional Brasileirao. También dos Copas Libertadores, dos Copas Intercontinentales, una Recopa sudamericana y dos Recopas Intercontinentales.
Mejor jugador del siglo XX según la FIFA y mejor atleta según el Comité Olímpico Internacional, lo ha matado una de las palabras más horribles en cualquier idioma: cáncer. Pero permanece vivo gracias a una de las más hermosas: fútbol.
Fuente (El Mundo)