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Héctor Lavoe y sus 71 días de refugio en Cali

“Héctor Lavoe llegó a Cali a escaparse del mercado de la droga en Nueva York. No vino a cantar. Por ello, se refugió durante 71 días en la capital del Valle. En la década de los años 80 el negocio de la droga en Estados Unidos estaba en su momento más complejo y ese fue el hecho que lo asustó: que además de su problema de consumo, lo vincularan como un narcotraficante”.

“Existen dos grandes éxitos que Héctor Lavoe tarareó en Cali: Juanito Alimaña y Triste y vacía. Estas dos piezas musicales hicieron parte de un álbum muy curioso de solo cuatro canciones y fue en Cali donde Lavoe le dio el tono. Esa era su genialidad. Las grabó dos meses después en Nueva York”.

En Santiago de Cali, entre noviembre de 1982 y enero del año siguiente, transcurrieron 71 días muy particulares en la vida de Héctor Juan Pérez Martínez, conocido como Héctor Lavoe. Todas esas historias, muchas de ellas convertidas en leyendas y mitos, fueron el detonante para que el periodista Alejandro Aguirre Alzate se diera a la tarea de contar en un libro lo que vivió el intérprete puertorriqueño en la capital del Valle del Cauca.

“Realmente lo que se ha escrito sobre la estadía de Lavoe en Cali son anécdotas, momentos. Se dice que Héctor Lavoe se desnudó en una discoteca o que estuvo en Buenaventura sentado en un parque. Esas historias no habían sido del todo corroboradas porque simplemente se habían convertido en un mito y eso se transforma, con el tiempo, en verdades a medias”.

Fue de esta manera como, durante ocho meses, Aguirre Alzate empezó a construir 71 días, retrato de Héctor Lavoe en Cali, tiempo en el cual dialogó con una veintena de personas, leyó muchas publicaciones periodísticas y escudriñó esa época complicada en la que el cantante consumía drogas y, debido al auge de su comercio en Nueva York, un productor lo invitó a Cali, lo que se convirtió en su ruta de escape.

“Héctor Lavoe nunca llegó a Cali con la intención de cantar. Su objetivo era tranquilizarse en una ciudad que había conocido en diversos momentos, pero en donde tenía conocidos, como el músico Alfredo de la Fe y el productor Larry Landa. Este último lo invitó con la segunda intención de que cantara en Juan Pachanga, la discoteca de su propiedad”.

“Héctor Lavoe no cantó más de tres canciones en Juan Pachanga. Además, usó pista. Era obligado. Y por eso cantaba en calzoncillos o de espalda, llegaba tarde. Fue así que la gente lo vio en otra tónica, hablando o caminando por las calles, pero nunca cantando”.

Alejandro Aguirre, pese a su gusto por la salsa, no se considera salsero. Es más un periodista a quien le gustan las buenas historias y su olfato investigador lo lleva a interactuar con ellas y convertirlas en libros. Con este caso en particular descubrió que en Cali hay una serie de circunstancias interesantes de los mitos y realidades que vive la ciudad. “Es muy curioso que la salsa, la cual no es oriunda de esta tierra, se haya convertido en un movimiento social”.

Por ello enfatiza en que como investigador social debe cumplir a cabalidad con esa tarea: la de escuchar todas las producciones de Lavoe, leer todo lo que se ha escrito del intérprete y, sobre todo, hablar con muchas fuentes. “El libro es el producto de esa labor de inmiscuirse de otra manera en el mundo de la salsa, no como un melómano, sino como investigador. Ese sería un error, porque de no ser así, no me podría sorprender con el tema y la salsa tiene muchas sorpresas”.

“Soy claro. No quiero aparecer como un experto en salsa. Yo investigo, cruzo datos, personajes, testimonios y presento los hechos. Es más, cuando empezó a filtrarse que estaba escribiendo un libro sobre Lavoe, mucha gente del medio me dijo: ‘Te vamos a dar duro con ese libro’. Yo dije: bueno, de eso se trata. Pero yo tengo pruebas, fuentes”.

Para Aguirre, Héctor Lavoe es el mejor cantante representativo de la salsa y argumenta que no es solo por su tonalidad, sino por la forma en que interpretaba las canciones. “Nadie interpretó el contexto urbano de la calle como Lavoe. No era el producto de simplemente pasarle una canción para que la interpretara. No. Era vincularlo a la calle e impulsar ese arrastre vocal que lo caracterizaba”.

“Claro que me quedaron algunas escenas que no se han podido, hasta ahora, corroborar, como el hecho del porqué a Lavoe le encantaba Buenaventura y, como se cuenta en el libro, se escapaba a esta ciudad. Otro dato que quedó en el tintero fue el del sida que padecía. Moncho Santana, el reconocido cantante, me contó que Héctor Lavoe llegó a Cali ya con esa enfermedad. Fue por estos datos y todo lo que se relata, además, que otras personas señalaron que el libro es muy negativo. Pero había que reflejar lo que era él: un hombre disperso, con una personalidad muy rara y con una visión muy callejera, muy musical; un hombre que intentaba pasar desapercibido, sin hacerse notar. En Cali se desprendió de Nueva York, aunque otros lo trajeron a Cali para alimentar sus egos y como una ganancia para sus negocios”.

A sus 42 años, Alejandro Aguirre ha escrito siete libros y está en la construcción de otro sobre la gastronomía del Valle del Cauca. Ha publicado historias en varios diarios y revistas de Colombia y Suramérica. Finalmente reflexiona sobre lo que piensa de Héctor Lavoe una vez culminó su investigación. “Lo digo en la introducción del libro: Nunca lo vi, pero me parece más fascinante imaginármelo. Si lo hubiera visto, se habría perdido el encanto”.

(Fuente: El Espectador)

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