Elizabeth pasó tres años casi sin salir a la calle cuidando de una anciana de lunes a domingo por menos de 800 euros al mes | Al despedirla de un día para otro decidió reclamar las prestaciones que no le habían pagado.
Elizabeth, a sus 72 años, solo soñaba con dejar de estar esclavizada por el trabajo. «Que me permitieran salir a la calle la tarde del domingo, ver València, y tener una habitación por ahí donde poder tumbarme un rato en una cama». Solo eso. Estaba aislada y agotada.
Elizabeth, a sus 72 años, trabajaba de lunes a domingo como empleada del hogar interna por menos de 800 euros al mes. Literalmente curraba día y noche para «la señora». Ni unas horas de descanso le daban (pese a que la ley las marca). Su mundo durante tres años se redujo a llegar a la esquina de la calle y volver un par de veces por semana para comprar. Poco más.
Elizabeth, a sus 72 años, trabajaba de lunes a domingo como empleada del hogar interna por menos de 800 euros al mes. Literalmente curraba día y noche para «la señora». Ni unas horas de descanso le daban (pese a que la ley las marca). Su mundo durante tres años se redujo a llegar a la esquina de la calle y volver un par de veces por semana para comprar. Poco más.
La «señora» enfermó y empezó a necesitar más ayuda. «Pedí una persona que pudiera venir por las mañanas y por las noches a ayudarme a subirla y bajarla de la cama pero me dijeron que no, que me tenía que apañar yo», recuerda la empleada doméstica, que ya no estaba en edad de cuidar sino de que la cuidaran.
Cuenta también que en esa época bajó mucho de peso por el estrés y el esfuerzo pero que nunca le pusieron ningún refuerzo. La única reivindicación era esa y una hora diaria para descansar (por ley son dos), y la familia se lo negaba todo. «Me decían ‘esque tú eres una indocumentada, no tienes derecho a nada'», rememora Elizabeth. Cuando la señora siguió enfermando la familia decidió meterla a una residencia. Era un viernes, y el lunes a las siete de la mañana ella debía estar con las maletas en la puerta.
Reivindicar sus derechos
Elizabeth casi no durmió esa noche. Se despertó a las 6 de la mañana y se tomó medio diazepam y después otro medio. Se iba a enfrentar al señor y estaba que se caía de los nervios. Pero Elizabeth ya llevaba tiempo en contacto con la Asociación Intercultural de profesionales del hogar y los cuidados (Aiphyc), que la acompañó en todo el proceso para recoger pruebas que demostraran su laboralidad. «Por teléfono le explicamos todo lo que tenía que hacer y Elizabeth, valientemente, lo hizo», cuenta su portavoz Marcela Bahamón.
Le prestaron asistencia y le dijeron que era hora de reivindicar todas las prestaciones y horas extra que los empleadores no le habían pagado durante años de trabajo duro. «Me dijeron que tenía que grabar la conversación con el móvil, y yo no me manejo con la tecnología, pero al final me explicaron cómo colocármelo en la blusa para que no se notara», recuerda. Medio diazepam, otro medio, y muerta de miedo se encontró con el hijo de la «señora».
«Le dije que me tenía que reconocer el trabajo que había hecho aquí como se debe, y que si era una ‘indocumentada’ como ellos dicen, es porque nunca me dieron permiso para irme de la casa ni una sola mañana para tramitar los papeles. Siempre tenía que estar cuidando de su madre, no podía salir nunca», recuerda.
La discusión escaló y se calentó, hasta que el hijo decidió que ni siquiera le iba a pagar el mes corriente porque era «no tenía derechos en España» y que se tenía que ir. Elizabeth se fue con las trabajadoras de Por Ti Mujer y Aiphyc que la asistieron gratis y le explicaron que afortunadamente las empleadas domésticas sí tienen una legislación que les ampare. Fueron a un gestor para que calculara todas las prestaciones sociales y horas extra impagadas y denunciaron en firme.
Y al final ya me llamaron a arreglar«, cuenta Elizabeth. Bahamón entregó un finiquito al gestor de la familia: sueldo impagado hasta llegar al Salario Mínimo (cobraba 800 euros), los días de vacaciones que no disfrutó, pagas extra que no cobró… En total eran 5.400 euros que la familia acabó pagando a Elizabeth para que no las denunciara.
Cuidadoras en edad de que las cuiden
A Elizabeth siempre le dicen «que está en edad de que me cuidaran a mí en vez de cuidar a nadie». Pero al final la necesidad la llevó a trabajar. Ahora está en Colombia con sus hijos, a sus 73 años, y sí que la están cuidando.
Sabía que venía a España a currar, pero no se imaginaba estas condiciones. «Era consciente de que para lo que son los sueldos en España me pagaban muy poco, pero entré en un círculo vicioso porque como no me dejaban salir a la calle tampoco tenía ninguna manera de encontrar un empleo ni de conocer a casi nadie. Estaba sola», recuerda.
Lo máximo que se atrevió fue a dar una vuelta por el barrio de la Malvarrosa de València, donde vivía la «señora» unas cuantas calles y volver. Ahora, con la distancia de llevar casi un año en Colombia recuerda que «tuve que soportar muchísimos abusos y no había más remedio que aguantarlos, porque entonces me veía desamparada, que no me quedaba otra».
«Es muy duro que a una la traten como si no fuera una persona. Muchos gritos, no les gustaba nada que les dijera que no o que me plantara y dijera que tenía derecho a salir una hora. Al final metieron a la madre en una residencia y problema resuelto», cuenta.
Pese a todo, dice que se encariñó con la «señora» y considera injusto lo que le hicieron. «Ella no paraba de decir que no quería y que por favor no la metieran, pero ningún hijo podía cuidarla y acabaron mandándola al asilo», explica.
Elizabeth, ya desde Colombia, anima al resto de trabajadoras a reivindicar sus derechos, y más ahora con una legislación que por fin las ampara. «Muchísimas mujeres se quedan calladas porque le da miedo, pero hay que reivindicar nuestros derechos que nos hemos ganado trabajando duramente», remarca.
Fuente (Levante)