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Juan Luis Guerra, el hombre de las mil metáforas

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El cantante y compositor dominicano regresa a Colombia con su gira “Literal”, con la que da a conocer el material musical de su decimosexto álbum de estudio.

A veces lo que uno cree producto de la inspiración es, simplemente, la razón que va apareciendo paso a paso. Y eso se ve reflejado en la capacidad que ha tenido Juan Luis Guerra de mantener vigente el merengue y la bachata durante 35 años, de pasar de enaltecer el amor y hacerlo lo más importante en la vida, en su vida, hasta protestar por la perversión de la política latinoamericana, de la corrupción en su República Dominicana, de la problemática social de un continente en el que predominan los marginales. De ahí nacieron canciones como Ojalá que llueva café en el campo, El costo de la vida, El Niágara en bicicleta, Visa para un sueño y La Guagua, entre otras, que no pierden vigencia gracias a que en América Latina somos un pequeño género humano que con el paso de los años comete los mismos errores.

 
ESTE SÁBADO, EN EL MOVISTAR ARENA

Juan Luis Guerra, el hombre de las mil metáforas

Camilo Amaya

El cantante y compositor dominicano regresa a Colombia con su gira “Literal”, con la que da a conocer el material musical de su decimosexto álbum de estudio.

 El dominicano Juan Luis Guerra desarrolla en este momento la gira “Literal”, que lo trae a Colombia.   / Cortesía
El dominicano Juan Luis Guerra desarrolla en este momento la gira “Literal”, que lo trae a Colombia. / Cortesía

A veces lo que uno cree producto de la inspiración es, simplemente, la razón que va apareciendo paso a paso. Y eso se ve reflejado en la capacidad que ha tenido Juan Luis Guerra de mantener vigente el merengue y la bachata durante 35 años, de pasar de enaltecer el amor y hacerlo lo más importante en la vida, en su vida, hasta protestar por la perversión de la política latinoamericana, de la corrupción en su República Dominicana, de la problemática social de un continente en el que predominan los marginales. De ahí nacieron canciones como Ojalá que llueva café en el campo, El costo de la vida, El Niágara en bicicleta, Visa para un sueño y La Guagua, entre otras, que no pierden vigencia gracias a que en América Latina somos un pequeño género humano que con el paso de los años comete los mismos errores.

Pocos saben que Juan Luis Guerra estudió filosofía y literatura, y que combinar estas dos carreras le ha permitido entender mejor la sociedad y sus dificultades y sus sueños, y tratar de hacer el camino de los demás más llevadero a través de sus composiciones. “Te hace olvidar de todo y, en cierta medida, lo cura todo”, dijo antes de iniciar una nueva gira con la que quiere dar a conocer su décimo sexto álbum: Literal, una muestra en la que hay jazz, música electrónica y hasta funk, todo adaptado y yendo al ritmo de la congas y la trompeta, las maracas y el bongo.

Juan Luis Guerra sigue bailando lo justo en el escenario, ocultando esa timidez que a veces se torna incontrolable y dejando que sus letras sean los que generan catarsis en las gentes, en generaciones que siguen coreando sus canciones viejas, adoptando las nuevas y esperando las próximas. Y sigue componiendo de la misma manera: en soledad. “Es el momento más íntimo, más puro”. Hasta el filtro es el mismo: su esposa Nora. “Es fuerte con lo que no le gusta, pero cuando veo que sus ojos se enlagunan sé que la canción está lista para salir”. Con los años, pero sobre todo con los conciertos, Guerra se ha vuelto más receptivo a las dinámicas de un mercado que condena lo obsoleto. Y ha comprendido que educar el oído es la clave para seguir siendo actual, aunque sus fanáticos no se lo pidan.

Por eso escucha sinfonías de Mozart y Bach, el reguetón de Nicky Jam y J Balvin, y el rock de los Rolling Stones, Pink Floyd y los Beatles. Para muchos una combinación que más parece una profanación al buen gusto, para él el sendero a la universalidad de la música. “De todo, porque hay que saber qué está sonando, cómo está sonando y, de cuando en cuando, recordar lo mejor de lo anterior. Es una búsqueda constante. No hay que tenerle miedo a lo nuevo; por el contrario, sacar el mayor provecho”, dijo en entrevista en el programa Noche de Luz.

Indagando y conociendo, Guerra encontró el cristianismo y se dio cuenta de que cantarle a Dios podía ser algo muy popular. Y se arriesgó a hacerlo aunque algunos creyeron que la respuesta del público, su público, no iba a ser la esperada. La canción Las avispas, en la que rinde homenaje a Jesús y cuenta cómo fue conocerlo, o mejor dicho cómo fue abrirle las puertas de su hogar (combina pasajes de la Biblia como Isaías 9:5, Proverbios 29:6, el Génesis 1:27, Hebreos 12:1, entre otros libros), fue un éxito total y, de paso, dejó ver que Juan Luis Guerra llevaba una vida de abundancia, pero vacía. “La fama y el reconocimiento no me llenaron nunca. No tenía la paz que quería tanto, la música ya no era mi prioridad y por fortuna encontré a Dios para tomar un nuevo rumbo”, aseguró tras el lanzamiento de Para ti en 2004, un disco que ganó dos Premios Grammys Latinos en las categorías Mejor Álbum Cristiano y Mejor Canción Tropical.

El amor y la reflexión

Una vez le preguntaron al salsero Rubén Blades que cuál era la mejor manera de definir a su gran amigo Juan Luis Guerra. Y el panameño, muy a su estilo, esbozó siete palabras: “es el hombre de las mil metáforas”. Sus canciones interpretan realidades, las dan a conocer y, sobre todo, generan conciencia social en sus oyentes. Además, incitan al amor, a querer desenfrenadamente, a coquetear con la vida y, lo más importante, a fomentar el apego a las raíces.

“Todas mis canciones son de amor, de querernos entre nosotros, de que el cariño sea la solución a tantos problemas”, dijo luego de su presentación en Madrid el pasado 27 de junio, donde congregó a 15 mil personas que corearon sus letras, que bailaron con sus arreglos, que reflexionaron con sus mensajes.

Guerra creó una nueva modalidad de merengue, el merengue coaching, pues su trabajo ayuda a salir de la depresión, genera esperanza y felicidad, aunque sea por los minutos que dura cada pieza, por ese instante efímero en el que todo parece ser mejor. “Se lo debo a la gracia del Señor”, repite tratando de dar una explicación al talento con el que genera cercanía, al magnetismo con el que atrae a las personas bien sea en un escenario o en la calle cuando camina buscando historias para retratar a través de notas musicales, para narrarlas con su voz gruesa, cálida, amena.

Y a sus 57 años, este dominicano, que se ha encargado de que su género tome impulso cada vez que parece languidecer, vuelve a salir de gira, a viajar por el mundo, y su próxima parada es Bogotá, donde las entradas están agotadas hace un par de semanas, donde unos pocos verán su humanidad cercana a los dos metros de altura, la boina con la que casi siempre sale al escenario y la barba tupida, organizada, que más que un rasgo es el sello de un hombre que vuelve a las tarimas involuntariamente, como lo hace una Abeja al panal

(Fuente: El Espectador)

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